¡Viva
la Pepa! es el
grito con el que desde el 19
de marzo de 1812
(festividad de San José) proclamaban los liberales
españoles su adhesión a la Constitución
de Cádiz (proclamada ese día, y conocida popularmente como la
Pepa).
La gran popularidad que tuvo
el grito, su rotundidad y su facilidad de difusión incluso en
circunstancias de represión
política como las que llegaron entre 1814
y 1820 (restauración
absolutista de Fernando
VII) y entre 1823
y 1833 (Década
Ominosa) lo convirtieron posiblemente el primer lema
político de la edad
contemporánea. En las mismas circunstancias se difundían
canciones como el ¡Trágala!
(para humillar a Fernando VII, obligado a jurar la constitución en
1820) y el himno
de Riego (para glorificar al militar liberal sublevado entonces y
ajusticiado en 1823).
El hecho de que fueran otras constituciones y no la de Cádiz las que
estuvieran en vigor no restó capacidad de convocatoria al grito,
sino todo lo contrario, al añadir la nostalgia y la comparación del
ideal progresista
con las restricciones que el moderantismo
imponía a los textos en vigor a lo largo de todo el siglo XIX.
Monumento a La
Pepa
La difusión del grito no se
detuvo en España: en la época del Risorgimento
o unificación
italiana se gritaba ¡Viva
Verdi!, ocultando en el nombre del músico el acrónimo de
"Vittorio Emanuele Re D'Italia".
Hubo otros hallazgos
semánticos en las Cortes
de Cádiz, como la misma palabra "Liberal",
que hasta entonces significaba "generoso", y que
pasa a otros idiomas europeos con el sentido de "partidario de
la libertad". Lo mismo ocurrió con las palabras "guerrilla"
y "guerrillero",
que se aplican desde la Guerra
de la Independencia Española a la táctica y a los combatientes
irregulares en la guerra contemporánea.
La visión peyorativa del grito, probablemente fruto
de su uso irónico por los enemigos políticos de los liberales (los
absolutistas
españoles), ha terminado imponiendo su empleo como sinónimo de
anarquía o
incluso improvisación, desorden o vagancia. Decir de alguien que es
un viva-la-pepa,
equivale a llamarle irresponsable o despreocupado. Idéntica
traslación de sentido sufrió el grito ¡Viva
Cartagena!, cuyo origen fue la
sublevación
cantonalista durante la Primera
República Española (1874).
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